Traslado aquí este artículo de la Mirilla, mi otro blog: http://enelojopatio.blogspot.com/
El denominado "lenguaje sexista" requiere un estudio tan amplio como complejo y, para profundizar, no debemos limitarnos a las formas externa de palabras ya que, en el estudio del lenguaje (lengua y habla), convergen diversas ciencias y disciplinas que, a su vez, se concatenan con factores de primer orden de nuestra realidad social.
Por tanto es necesario considerar, entre otras, las influencias culturales, políticas, históricas, lingüísticas, sociológicas, jurídicas o antropológicas que influyen en este tipo de lenguaje. Teniendo en cuenta sus ramificaciones sociales, el lenguaje no puede ubicarse en un terreno acotado.
Durante el último cuarto del siglo XX, avatares de diversa índole han influido en la configuración de un modelo distinto de estar y experimentar el mundo. Hecho que se han planteado en torno a una teoría unificada de las ciencias, uno de los cambios más significativos ha sido la lucha por la consecución de la igualdad para todas las personas en todos los aspectos de la vida. Dicha realidad social ha sido investigada por especialistas de diversas materias (lingüística, derecho, historia, sociología, política, antropología, salud, psicología, filosofía, etcétera)[1] y tratada en estudios que se han realizado sobre igualdad, diversidad, género, sexo y lenguaje (comportamientos, funciones, actitudes, educación y valores sociales), llevados a cabo en diferentes ámbitos nacionales e internacionales, y especialmente a partir de 1995, fecha en la que se celebró la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer (Beijing-China).Nadie duda de que entre lenguaje y sociedad exista una unidad dialéctica indisoluble, que uno sólo puede existir en función del otro y en la medida en la que el otro está ahí. Por eso las palabras (forma, función y significación) se adaptan a las a nuevas situaciones socioculturales y no al contrario. Y es que una palabra, por el mero capricho de utilizarla y bautizarla con el apellido “políticamente correcto”, “anti sexista”, etc. no puede cambiar a la sociedad.
Por ejemplo, las expresiones “persona pública” o “candidato” han cambiado su significado aunque su forma sea la misma que hace tiempo; otras se consolidan después de una larga andadura y cuando son utilizadas por la mayoría social, como el caso de “azafato”.
En la actualidad se relaciona “persona pública” con la mujer o varón que desempeña una labor representativa; nadie identifica hoy “mujer pública” ni “hombre público” con prostituta ni prostituto (“persona que mantiene relaciones sexuales a cambio de dinero”). Hace tiempo que “una mujer pública” es la que desempeña una tarea, un trabajo o una labor representativa. Interpretar o afirmar lo contrario revela un estancamiento en la forma de pensar que no ha evolucionado porque, como decía (Wittgenstein, 1988: 10-15), “el lenguaje muestra también los límites de nuestro pensamiento y de nuestro mundo”. Lo mismo ocurre con “candidato” y “azafato”que, en ningún caso, se identifican con el significado que tenían con anterioridad. Las palabras “candidata” y “candidato” se refieren a la persona propuesta o indicada para desempeñar un cargo, ya sea ésta mujer u hombre; ¿quién asimila hoy “candidato” con el varón vestido de blanco que opta a alguna magistratura, como se entendía en la antigua Roma? Otra trayectoria diferente ha seguido la palabra “azafato” (masculino de “azafata” que, a su vez, proviene del masculino azafate (“bandeja donde se llevaban las joyas de la reina”). Como explica Lázaro Carreter (1997: 59), la palabra “azafata” hasta hace muy poco tiempo sólo se usaba en femenino y se refería a labores tradicionalmente desempeñadas por mujeres. Es más, “azafato” no está en el DRAE (2002), aunque sí se recoge en el Diccionario panhispánico de dudas (2005:79) al igual que “azafata”, refiriéndose a la persona, mujer u hombre, que atiende a los pasajeros en un avión u otro medio de transporte o a quien se contrata para dar información y ayudar a los participantes de congresos, exposiciones, etcétera. Y es que la terminología no puede forzarse sin que designe un referente compartido por la mayoría social.Insisto en que el lenguaje sexista no está en las formas de las palabras ni en ellas mismas sino en el uso que las personas hacemos de éstas. Sí son expresiones cargadas de contenido sexista aquellas que bajo mensajes (explícitos o no) y formas aparentemente triviales transmiten connotaciones que consolidan los estereotipos discriminatorios. Por ejemplo, lamentablemente algunas personas interpretan todavía que una mujer con criterio es problemática; mientras que un varón con criterio tiene personalidad, es inteligente. Y es que la organización del sistema se estructura sobre funciones jerarquizadas que conforman diferentes posiciones sociales y otorgan gratuitamente poder al varón[2]; por otra, desde que venimos al mundo recibimos una influencia social que condiciona las maneras de codificar y descodificar lo que nos rodea. Por esto, lo esencial para evitar cierta discriminación lingüística, el sexismo en el lenguaje, hay que modificar actitudes, comportamientos; no sirve de nada estirar ni inventar palabras sin que éstas sean compartidas. Hemos de actualizar contenidos, ofrecer una coeducación coherente y nombrar lo que ya existe sin que esto suponga una excepción; por el contrario, deben ser criterios entendidos y utilizados por una mayoría social.[1] Destacamos, por orden cronológico, entre otros a: Beauvoir, T. (1981); García Meseguer, A. (1994, 1999); Alvar, M. (1989); Violi , P. (1991); Prieto de Pedro, J. (1991); Laqueur (1994); Camps, V. (1998); Salvador, G. (1990); Calero Fernández, M. Á. (1999)); Calero Vaquero, M. L. (2000); Vigara Tauste, M. A. y Jiménez Catalán, R. M. (2002); García Mouton, P.. (2003); Grijelmo, À. (2004); Lledó Cunill, E. y Calero Fernández, M. Á. y Forjas Berdet, E. (2004); Balaguer Callejón, M. L. (2005); Bengoechea, M. (2005); Montalbán Huertas, I. (2005).[2] Cfr. Fernández y Ron (2005).
Consultado en enero de 2006:www.ucm.es/info/eurotheo/diccionario/D/index.html
Por tanto es necesario considerar, entre otras, las influencias culturales, políticas, históricas, lingüísticas, sociológicas, jurídicas o antropológicas que influyen en este tipo de lenguaje. Teniendo en cuenta sus ramificaciones sociales, el lenguaje no puede ubicarse en un terreno acotado.
Durante el último cuarto del siglo XX, avatares de diversa índole han influido en la configuración de un modelo distinto de estar y experimentar el mundo. Hecho que se han planteado en torno a una teoría unificada de las ciencias, uno de los cambios más significativos ha sido la lucha por la consecución de la igualdad para todas las personas en todos los aspectos de la vida. Dicha realidad social ha sido investigada por especialistas de diversas materias (lingüística, derecho, historia, sociología, política, antropología, salud, psicología, filosofía, etcétera)[1] y tratada en estudios que se han realizado sobre igualdad, diversidad, género, sexo y lenguaje (comportamientos, funciones, actitudes, educación y valores sociales), llevados a cabo en diferentes ámbitos nacionales e internacionales, y especialmente a partir de 1995, fecha en la que se celebró la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer (Beijing-China).Nadie duda de que entre lenguaje y sociedad exista una unidad dialéctica indisoluble, que uno sólo puede existir en función del otro y en la medida en la que el otro está ahí. Por eso las palabras (forma, función y significación) se adaptan a las a nuevas situaciones socioculturales y no al contrario. Y es que una palabra, por el mero capricho de utilizarla y bautizarla con el apellido “políticamente correcto”, “anti sexista”, etc. no puede cambiar a la sociedad.
Por ejemplo, las expresiones “persona pública” o “candidato” han cambiado su significado aunque su forma sea la misma que hace tiempo; otras se consolidan después de una larga andadura y cuando son utilizadas por la mayoría social, como el caso de “azafato”.
En la actualidad se relaciona “persona pública” con la mujer o varón que desempeña una labor representativa; nadie identifica hoy “mujer pública” ni “hombre público” con prostituta ni prostituto (“persona que mantiene relaciones sexuales a cambio de dinero”). Hace tiempo que “una mujer pública” es la que desempeña una tarea, un trabajo o una labor representativa. Interpretar o afirmar lo contrario revela un estancamiento en la forma de pensar que no ha evolucionado porque, como decía (Wittgenstein, 1988: 10-15), “el lenguaje muestra también los límites de nuestro pensamiento y de nuestro mundo”. Lo mismo ocurre con “candidato” y “azafato”que, en ningún caso, se identifican con el significado que tenían con anterioridad. Las palabras “candidata” y “candidato” se refieren a la persona propuesta o indicada para desempeñar un cargo, ya sea ésta mujer u hombre; ¿quién asimila hoy “candidato” con el varón vestido de blanco que opta a alguna magistratura, como se entendía en la antigua Roma? Otra trayectoria diferente ha seguido la palabra “azafato” (masculino de “azafata” que, a su vez, proviene del masculino azafate (“bandeja donde se llevaban las joyas de la reina”). Como explica Lázaro Carreter (1997: 59), la palabra “azafata” hasta hace muy poco tiempo sólo se usaba en femenino y se refería a labores tradicionalmente desempeñadas por mujeres. Es más, “azafato” no está en el DRAE (2002), aunque sí se recoge en el Diccionario panhispánico de dudas (2005:79) al igual que “azafata”, refiriéndose a la persona, mujer u hombre, que atiende a los pasajeros en un avión u otro medio de transporte o a quien se contrata para dar información y ayudar a los participantes de congresos, exposiciones, etcétera. Y es que la terminología no puede forzarse sin que designe un referente compartido por la mayoría social.Insisto en que el lenguaje sexista no está en las formas de las palabras ni en ellas mismas sino en el uso que las personas hacemos de éstas. Sí son expresiones cargadas de contenido sexista aquellas que bajo mensajes (explícitos o no) y formas aparentemente triviales transmiten connotaciones que consolidan los estereotipos discriminatorios. Por ejemplo, lamentablemente algunas personas interpretan todavía que una mujer con criterio es problemática; mientras que un varón con criterio tiene personalidad, es inteligente. Y es que la organización del sistema se estructura sobre funciones jerarquizadas que conforman diferentes posiciones sociales y otorgan gratuitamente poder al varón[2]; por otra, desde que venimos al mundo recibimos una influencia social que condiciona las maneras de codificar y descodificar lo que nos rodea. Por esto, lo esencial para evitar cierta discriminación lingüística, el sexismo en el lenguaje, hay que modificar actitudes, comportamientos; no sirve de nada estirar ni inventar palabras sin que éstas sean compartidas. Hemos de actualizar contenidos, ofrecer una coeducación coherente y nombrar lo que ya existe sin que esto suponga una excepción; por el contrario, deben ser criterios entendidos y utilizados por una mayoría social.[1] Destacamos, por orden cronológico, entre otros a: Beauvoir, T. (1981); García Meseguer, A. (1994, 1999); Alvar, M. (1989); Violi , P. (1991); Prieto de Pedro, J. (1991); Laqueur (1994); Camps, V. (1998); Salvador, G. (1990); Calero Fernández, M. Á. (1999)); Calero Vaquero, M. L. (2000); Vigara Tauste, M. A. y Jiménez Catalán, R. M. (2002); García Mouton, P.. (2003); Grijelmo, À. (2004); Lledó Cunill, E. y Calero Fernández, M. Á. y Forjas Berdet, E. (2004); Balaguer Callejón, M. L. (2005); Bengoechea, M. (2005); Montalbán Huertas, I. (2005).[2] Cfr. Fernández y Ron (2005).
Consultado en enero de 2006:www.ucm.es/info/eurotheo/diccionario/D/index.html
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