24 ene 2008

Lenguaje y sociedad actual (Lenguaje sexista II)


Entre el lenguaje y la sociedad existe una unidad dialéctica indisoluble porque uno sólo puede existir en función del otro y en la medida en la que el otro está ahí. Es más, el desarrollo de cualquiera de ellos --aunque cada uno obedezca a leyes y elementos internos que le son propios-- influye en el otro y ambos se afectan entre sí. Además, el sistema de signos que utilizamos los seres humanos para comunicarnos permite la conexión entre las personas, siempre que éstas pertenezcan a una misma comunidad lingüística.
La definición de lenguaje, facultad innata a la naturaleza humana, resulta bastante compleja a pesar de los diferentes intentos que se han realizado al respecto: “es un método exclusivamente humano que sirve para comunicar de forma deliberada ideas, emociones, deseos” (Sapir, 1971: 42-96); “es algo propio de los humanos” (Martinet, 1978: 14-16); “es multiforme, algo que está entre lo físico y lo psíquico y que puede verse desde una vertiente individual o social” (Sausure, 1976: 99-117). Siguiendo la dicotomía sausureana (langue y parole), la lengua –que es dependiente del lenguaje- sí puede concretarse y, además, es posible constatar que hay tantos usos idiomáticos como hablantes (Ropero Núñez, 2004-a: 173-174).
Con el lenguaje describimos la sociedad, mostramos los cambios que en ésta se producen y se señalan los hábitos, las costumbres y los estereotipos que se mantienen o suprimen. Los adelantos tecnológicos, la globalización, los movimientos de población o la igualdad entre varones y mujeres se manifiestan en el lenguaje y repercuten en el proceso de renovación e interpretación lingüística. Por ejemplo, el español de internet ha dado lugar a un nuevo lenguaje técnico o informático[1] (intro, hardware, software, webcam, disque o disquete, mouse, etcétera)[2] para expresar nuevos conceptos. Palabras nuevas, préstamos de otras lenguas, creacionismos léxicos y extranjerismos que adaptan los significados a nuevas situaciones socioculturales, ya que las consecuencias de estos y otros cambios se reflejan con el lenguaje.
Por ejemplo, las expresiones “persona pública” o “candidato” han cambiado su significado aunque su forma sea la misma que hace tiempo; otras se consolidan después de una larga andadura y cuando son utilizadas por la mayoría social, como el caso de “azafato”. En la actualidad se relaciona “persona pública” con la mujer o varón que desempeña una labor representativa; nadie identifica hoy “mujer pública” ni “hombre público” con prostituta ni prostituto (“persona que mantiene relaciones sexuales a cambio de dinero”). Hace tiempo que “una mujer pública” es la que desempeña una tarea, un trabajo o una labor representativa. Interpretar o afirmar lo contrario revela un estancamiento en la forma de pensar que no ha evolucionado porque, como decía (Wittgenstein, 1988: 10-15), “el lenguaje muestra también los límites de nuestro pensamiento y de nuestro mundo”. Lo mismo ocurre con “candidato” y “azafato”que, en ningún caso, se identifican con el significado que tenían con anterioridad. Las palabras “candidata” y “candidato” se refieren a la persona propuesta o indicada para desempeñar un cargo, ya sea ésta mujer u hombre; ¿quién asimila hoy “candidato” con el varón vestido de blanco que opta a alguna magistratura, como se entendía en la antigua Roma? Otra trayectoria diferente ha seguido la palabra “azafato” (masculino de “azafata” que, a su vez, proviene del masculino azafate (“bandeja donde se llevaban las joyas de la reina”). Como explica Lázaro Carreter (1997: 59), la palabra “azafata” hasta hace muy poco tiempo sólo se usaba en femenino y se refería a labores tradicionalmente desempeñadas por mujeres. Es más, “azafato” no está en el drae (2002), aunque pero sí se recoge en el Diccionario panhispánico de dudas (2005:79) al igual que “azafata”, refiriéndose a la persona, mujer u hombre, que atiende a los pasajeros en un avión u otro medio de transporte o a quien se contrata para dar información y ayudar a los participantes de congresos, exposiciones, etcétera. Estos cambios semánticos que se adaptan a la realidad son términos lexicalizados[3] que, debido a la evolución conceptual según los cambios sociales, afectan al creacionismo léxico y se vinculan a la modificación de las definiciones en los diccionarios. Álvarez de Miranda (2005: 1038 y sigs.) afirma que el contingente léxico de una lengua puede dividirse en diferentes sectores[4]:
a) Conjunto de unidades léxicas que pertenecen a la lengua desde sus orígenes: las palabras patrimoniales (tomadas de esa lengua madre en un determinado estadio de su lento proceso de evolución fonética, morfológica y semántica).
b) Préstamos o léxico que, constituida ya una lengua, procede de otras con las que ha venido estableciendo algún tipo de contacto.
c) Creaciones internas o resultado de la aplicación de los mecanismos que el idioma tiene para su enriquecimiento autóctono; fundamentalmente, la derivación y la composición.
En resumen, dice el autor que la terminología no debe forzarse sin que la mayoría social la comparta. Tampoco deben utilizarse expresiones fosilizadas para referirnos a conceptos nuevos ni denominar como antaño las nuevas situaciones del siglo XXI. Durante todo proceso lingüístico se atraviesan diferentes fases (usos esporádicos, desarrollo y normalización) y se consolidan o no terminologías dependiendo de sus usos sociolingüísticos. Cuando no se respetan dichos procesos, se imponen palabras para imponer ideas y se fuerzan “palabros” que no siempre son reconocidos ni entendidos por la mayoría de la comunidad lingüística; para designar “no es necesario estirar las palabras como chicles” (Rodríguez Andrados, 2004).
Relacionado con la transmisión de funciones y estereotipos –imágenes, ideas, expresiones aceptadas por un amplio grupo social- así como con la interrelación entre lenguaje, pensamiento y sociedad, se me viene a la memoria un interesante curso al que asistí en el mes de junio de 2004, denominado “Habilidades sociales para los jefes de servicio”. Este curso me brindó una oportunidad más para constatar ciertos hábitos y comportamientos sexistas que están bastante generalizados en nuestra sociedad, especialmente en los ámbitos laborales.
- La denominación del curso refleja la costumbre y todavía práctica de que los puestos directivos están destinados a los varones.
- Las mujeres asistentes, que ocupaban puestos de jefatura, eran menos que los varones. Lo que demuestra que, a pesar de ser más numerosas, las ocupan menos puestos directivos.
- Durante la realización de un ejercicio práctico que consistía en definir con adjetivos a las personas allí presentes, se evidenciaron actitudes sexistas sin que éstas, probablemente, fuesen intencionadas ni producto de un propósito. Los adjetivos utilizados para calificar a las mujeres fueron: elegante”, “habladora”, “constante”, “educada”, “buena compañera”, “simpática, “expresiva”, “sociable”, “sonriente, “problemática”; los adjetivos que se emplearon para los varones fueron: “serio”, “formal”, “seguro”, “trabajador”, “inteligente”, “organizado”, “operativo”, “eficaz”, “eficiente”. Aunque estas calificaciones fueron empleadas indistintamente por mujeres y varones, la persona (varón) que describió a una mujer como “problemática” aclaró: “Lo que quise decir fue con criterio, inteligente, con personalidad”.
Mensajes ocultos bajo formas aparentemente triviales transmiten connotaciones que consolidan los estereotipos discriminatorios. Lamentablemente algunas personas interpretan todavía que una mujer con criterio es problemática; mientras que un varón con criterio tiene personalidad, es inteligente. Por una parte, la organización del sistema se estructura sobre funciones jerarquizadas que conforman diferentes posiciones sociales y otorgan gratuitamente poder al varón[5]; por otra, desde que venimos al mundo recibimos una influencia social que condiciona las maneras de codificar y descodificar lo que nos rodea. Por esto, lo esencial para evitar cierta discriminación lingüística, el sexismo en el lenguaje, hay que modificar actitudes, comportamientos; no sirve de nada estirar ni inventar palabras sin que éstas sean compartidas. Hemos de actualizar contenidos, ofrecer una coeducación coherente y nombrar lo que ya existe sin que esto suponga una excepción; por el contrario, deben ser criterios entendidos y utilizados por una mayoría social.
Notas:
[1] El uso de esta herramienta ha dado lugar al lenguaje de los cibernautas, como afirmó el lingüista A. Gómez Font en el III Coloquio sobre lenguaje y comunicación (Caracas, 9 de noviembre de 2000). Consultado en junio de 2005: http://www.elcastellano.org/
[2] Algunas de estas voces están recogidas en el Diccionario de la lengua española (2002-vigésima segunda edición) y en Diccionario panhispánico de dudas (2005). Veánse:, por ejemplo, Input (Voz ingl.). 1. m. Econ. Elemento de la producción, como un terreno, un trabajo o una materia prima. U. t. en sent. fig. 2. m. Inform. Conjunto de datos que se introducen en un sistema informático. 3. m. Dato, información. Hardware (Voz ingl.). 1. m. Inform. Conjunto de los componentes que integran la parte material de una computadora. Software (Voz ingl.). 1. m. Inform. Conjunto de programas, instrucciones y reglas informáticas para ejecutar ciertas tareas en una computadora.
[3] Denominados por Ricoeur (1980: 11, 18, 19 y 21) “metáforas muertas”.
[4] Cfr. “El léxico español desde el siglo XVIII hasta hoy”, en Cano Aguilar (Coord.): (2005).
[5] Cfr.Fernández y Ron (2005). Consultado en enero de 2006:
Imágenes:
La bibliografía que se cita está detallada en la columna lateral de este blog

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