Aunque la palabra “género” es traducción de inglés gender, no se trata de un anglicismo pues dicha palabra deriva del latín (genus, generis: linaje, especie, género; éste, a su vez, deriva de gignere: engendrar); del latín pasó al español, al inglés, al francés y a otras lenguas. Cuando el término inglés gender se tradujo al francés presentó ciertas dificultades (gender por genre); sin embargo, en alemán se permitió la coexistencia de gender con el término geschlecht y se tradujo como “sexo” o “género”. Otro resultado bien distinto tiene la traducción de gender en español (“género”), concepto que resulta un tanto ambiguo y que tiene, a su vez, distintas derivaciones: general, genérico, generoso, congénere, degenerar, génesis, gen o engendrar, etcétera.
La palabra “género” no se introdujo en España no como consecuencia de la Conferencia de Pekín (1995), sino que empezó a utilizarse entre 1960 y 1970 como una aportación conceptual en la que convergen diferentes campos del conocimiento, se presentan las nuevas teorías y los enfoques epistemológicos desarrollados en el mundo anglosajón.
En este sentido, el concepto de “género” planteó tantas interrogantes como dudas intentó resolver y marcó el origen de un debate terminológico, político, filosófico y lingüístico que todavía se mantiene . Obsérvese –como dice Stoller (1968:187)- la utilización de diferentes expresiones para constatar que se requiere una nueva terminología que identifique indistintamente el sexo biológico y el género social (sexo, género, transexualidad, homosexualidad, diferencia entre los sexos, violencia de género) y que, al separar el hecho biológico de la construcción cultural, también se diferencia entre sexo y género.
Pero hay otro género que tiene un significado bien diferente, es el concepto “género gramatical” en español, que suele olvidarse en algunos sectores cuando se habla de lenguaje sexista. En las lenguas indoeuropeas se distinguían tres géneros (masculino, femenino y neutro) que siguen vigentes en algunas lenguas actuales (por ejemplo, en alemán). En el español actual, como en las demás lenguas romances, el género neutro no se da en sustantivos ni adjetivos, aunque sí pervive en el artículo y en algunos pronombres. Y es que la gramática confiere al género masculino dos valores: genérico o no marcado (el trabajador exige sus derechos) y específico o marcado (le dijo al empleado –varón- cuáles eran sus obligaciones; mientras que al femenino se le adjudica un valor específico. Por su parte, el masculino plural también se define como término no marcado y se considera válido para englobar a personas de uno u otro sexo (los diputados, los congresistas, los alumnos, los profesores, los niños, los ciudadanos, los funcionarios). En lingüística, la expresión “no marcado” alude al término que opera cuando la distinción en la que se basa una oposición binaria queda inactiva; es decir, cuando no es relevante la distinción, el sistema determina el uso de uno de los dos términos, que pasa a incluir también, en su referencia, el subconjunto designado por el término marcado: como es el masculino, en el caso de la oposición de género. Y es que “el género en español tiene, a más de un valor general, un valor gramatical que sólo, a veces, coincide con el sexo” (Rodríguez Andrados, 2004). Afirmación, esta última, que no es aplicable, por ejemplo, al inglés porque no tiene género gramatical y, sin embargo, tiene marcas de sexo, especialmente patentes en su sistema pronominal (he y she apuntan necesariamente a los sexos, al igual que his/her, him/her). Por esto, al formular expresiones genéricas, el inglés utiliza el sexo varón como sexo genérico, en tanto que el español utiliza el género masculino, que es algo muy distinto.
Al respecto, expongo la experiencia personal que tuve durante mi asistencia a un magnífico curso que impartió García Meseguer, profesor de Investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Éste planteó, ante el asombro inicial de todos, para explicar la asociación errónea entre sexo y género, un ejercicio práctico en el que teníamos que dibujar el enlace de una cuchara y un tenedor; posteriormente, con la sabiduría que le caracteriza y con su excelente sentido del humor, explicó el motivo de tal experimento:
En dos escuelas diferentes, de educación primaria, se pidió al alumnado (niños y niñas de unos siete u ocho años) que hiciesen un dibujo sobre la boda de la cuchara y del tenedor. El resultado fue que, en una de las escuelas, la totalidad de los dibujos representaban al tenedor como novio y a la cuchara como novia; en la otra, tan sólo la mitad de los dibujos mostraban esa configuración; el resto mostraba el tenedor como novia y la cuchara como novio. La explicación es bien sencilla: la primera era una escuela española y la segunda una escuela alemana. En alemán, al contrario que en español, la palabra cuchara (Der löffel) es de género masculino y la palabra tenedor (Die gabel) es de género femenino. Al repetir el mismo ejercicio en una escuela catalana (en catalán, los dos términos, cullera y forquilla, tienen género femenino) se repitió el mismo resultado (50 y 50) de la escuela alemana.
Con este ejemplo se manifiesta que la confusión de género y sexo se da en distintos idiomas y que el significado de algunas palabras se lo damos las personas según se refieran éstas al varón o a la mujer. Comentar, además, que hay una adscripción de características genéricas al sexo de las personas, pese a la creencia de que esto ya no se practica: basta con mirar a nuestro alrededor para comprobar que todavía algunas niñas no pueden jugar ni moverse con absoluta libertad debido a la forma de vestir; que si una niña se expresa con lágrimas se le consuela, mientras que al niño se le inculca que “los varones no lloran” . He aquí algunas muestras de sexismo, donde hay que diferencias entre sexismo social y sexismo lingüístico.
La bibliografía que se cita está detallada en la columna lateral de este blog
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