28 ene 2008

Género y sexo (Lenguaje sexista III)

Aunque la palabra “género” es traducción de inglés gender, no se trata de un anglicismo pues dicha palabra deriva del latín (genus, generis: linaje, especie, género; éste, a su vez, deriva de gignere: engendrar); del latín pasó al español, al inglés, al francés y a otras lenguas. Cuando el término inglés gender se tradujo al francés presentó ciertas dificultades (gender por genre); sin embargo, en alemán se permitió la coexistencia de gender con el término geschlecht y se tradujo como “sexo” o “género”. Otro resultado bien distinto tiene la traducción de gender en español (“género”), concepto que resulta un tanto ambiguo y que tiene, a su vez, distintas derivaciones: general, genérico, generoso, congénere, degenerar, génesis, gen o engendrar, etcétera.

La palabra “género” no se introdujo en España no como consecuencia de la Conferencia de Pekín (1995), sino que empezó a utilizarse entre 1960 y 1970 como una aportación conceptual en la que convergen diferentes campos del conocimiento, se presentan las nuevas teorías y los enfoques epistemológicos desarrollados en el mundo anglosajón.
En este sentido, el concepto de “género” planteó tantas interrogantes como dudas intentó resolver y marcó el origen de un debate terminológico, político, filosófico y lingüístico que todavía se mantiene . Obsérvese –como dice Stoller (1968:187)- la utilización de diferentes expresiones para constatar que se requiere una nueva terminología que identifique indistintamente el sexo biológico y el género social (sexo, género, transexualidad, homosexualidad, diferencia entre los sexos, violencia de género) y que, al separar el hecho biológico de la construcción cultural, también se diferencia entre sexo y género.

Pero hay otro género que tiene un significado bien diferente, es el concepto “género gramatical” en español, que suele olvidarse en algunos sectores cuando se habla de lenguaje sexista. En las lenguas indoeuropeas se distinguían tres géneros (masculino, femenino y neutro) que siguen vigentes en algunas lenguas actuales (por ejemplo, en alemán). En el español actual, como en las demás lenguas romances, el género neutro no se da en sustantivos ni adjetivos, aunque sí pervive en el artículo y en algunos pronombres. Y es que la gramática confiere al género masculino dos valores: genérico o no marcado (el trabajador exige sus derechos) y específico o marcado (le dijo al empleado –varón- cuáles eran sus obligaciones; mientras que al femenino se le adjudica un valor específico. Por su parte, el masculino plural también se define como término no marcado y se considera válido para englobar a personas de uno u otro sexo (los diputados, los congresistas, los alumnos, los profesores, los niños, los ciudadanos, los funcionarios). En lingüística, la expresión “no marcado” alude al término que opera cuando la distinción en la que se basa una oposición binaria queda inactiva; es decir, cuando no es relevante la distinción, el sistema determina el uso de uno de los dos términos, que pasa a incluir también, en su referencia, el subconjunto designado por el término marcado: como es el masculino, en el caso de la oposición de género. Y es que “el género en español tiene, a más de un valor general, un valor gramatical que sólo, a veces, coincide con el sexo” (Rodríguez Andrados, 2004). Afirmación, esta última, que no es aplicable, por ejemplo, al inglés porque no tiene género gramatical y, sin embargo, tiene marcas de sexo, especialmente patentes en su sistema pronominal (he y she apuntan necesariamente a los sexos, al igual que his/her, him/her). Por esto, al formular expresiones genéricas, el inglés utiliza el sexo varón como sexo genérico, en tanto que el español utiliza el género masculino, que es algo muy distinto.

Al respecto, expongo la experiencia personal que tuve durante mi asistencia a un magnífico curso que impartió García Meseguer, profesor de Investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Éste planteó, ante el asombro inicial de todos, para explicar la asociación errónea entre sexo y género, un ejercicio práctico en el que teníamos que dibujar el enlace de una cuchara y un tenedor; posteriormente, con la sabiduría que le caracteriza y con su excelente sentido del humor, explicó el motivo de tal experimento:
En dos escuelas diferentes, de educación primaria, se pidió al alumnado (niños y niñas de unos siete u ocho años) que hiciesen un dibujo sobre la boda de la cuchara y del tenedor. El resultado fue que, en una de las escuelas, la totalidad de los dibujos representaban al tenedor como novio y a la cuchara como novia; en la otra, tan sólo la mitad de los dibujos mostraban esa configuración; el resto mostraba el tenedor como novia y la cuchara como novio. La explicación es bien sencilla: la primera era una escuela española y la segunda una escuela alemana. En alemán, al contrario que en español, la palabra cuchara (Der löffel) es de género masculino y la palabra tenedor (Die gabel) es de género femenino. Al repetir el mismo ejercicio en una escuela catalana (en catalán, los dos términos, cullera y forquilla, tienen género femenino) se repitió el mismo resultado (50 y 50) de la escuela alemana.

Con este ejemplo se manifiesta que la confusión de género y sexo se da en distintos idiomas y que el significado de algunas palabras se lo damos las personas según se refieran éstas al varón o a la mujer. Comentar, además, que hay una adscripción de características genéricas al sexo de las personas, pese a la creencia de que esto ya no se practica: basta con mirar a nuestro alrededor para comprobar que todavía algunas niñas no pueden jugar ni moverse con absoluta libertad debido a la forma de vestir; que si una niña se expresa con lágrimas se le consuela, mientras que al niño se le inculca que “los varones no lloran” . He aquí algunas muestras de sexismo, donde hay que diferencias entre sexismo social y sexismo lingüístico.

La bibliografía que se cita está detallada en la columna lateral de este blog

24 ene 2008

Lenguaje y sociedad actual (Lenguaje sexista II)


Entre el lenguaje y la sociedad existe una unidad dialéctica indisoluble porque uno sólo puede existir en función del otro y en la medida en la que el otro está ahí. Es más, el desarrollo de cualquiera de ellos --aunque cada uno obedezca a leyes y elementos internos que le son propios-- influye en el otro y ambos se afectan entre sí. Además, el sistema de signos que utilizamos los seres humanos para comunicarnos permite la conexión entre las personas, siempre que éstas pertenezcan a una misma comunidad lingüística.
La definición de lenguaje, facultad innata a la naturaleza humana, resulta bastante compleja a pesar de los diferentes intentos que se han realizado al respecto: “es un método exclusivamente humano que sirve para comunicar de forma deliberada ideas, emociones, deseos” (Sapir, 1971: 42-96); “es algo propio de los humanos” (Martinet, 1978: 14-16); “es multiforme, algo que está entre lo físico y lo psíquico y que puede verse desde una vertiente individual o social” (Sausure, 1976: 99-117). Siguiendo la dicotomía sausureana (langue y parole), la lengua –que es dependiente del lenguaje- sí puede concretarse y, además, es posible constatar que hay tantos usos idiomáticos como hablantes (Ropero Núñez, 2004-a: 173-174).
Con el lenguaje describimos la sociedad, mostramos los cambios que en ésta se producen y se señalan los hábitos, las costumbres y los estereotipos que se mantienen o suprimen. Los adelantos tecnológicos, la globalización, los movimientos de población o la igualdad entre varones y mujeres se manifiestan en el lenguaje y repercuten en el proceso de renovación e interpretación lingüística. Por ejemplo, el español de internet ha dado lugar a un nuevo lenguaje técnico o informático[1] (intro, hardware, software, webcam, disque o disquete, mouse, etcétera)[2] para expresar nuevos conceptos. Palabras nuevas, préstamos de otras lenguas, creacionismos léxicos y extranjerismos que adaptan los significados a nuevas situaciones socioculturales, ya que las consecuencias de estos y otros cambios se reflejan con el lenguaje.
Por ejemplo, las expresiones “persona pública” o “candidato” han cambiado su significado aunque su forma sea la misma que hace tiempo; otras se consolidan después de una larga andadura y cuando son utilizadas por la mayoría social, como el caso de “azafato”. En la actualidad se relaciona “persona pública” con la mujer o varón que desempeña una labor representativa; nadie identifica hoy “mujer pública” ni “hombre público” con prostituta ni prostituto (“persona que mantiene relaciones sexuales a cambio de dinero”). Hace tiempo que “una mujer pública” es la que desempeña una tarea, un trabajo o una labor representativa. Interpretar o afirmar lo contrario revela un estancamiento en la forma de pensar que no ha evolucionado porque, como decía (Wittgenstein, 1988: 10-15), “el lenguaje muestra también los límites de nuestro pensamiento y de nuestro mundo”. Lo mismo ocurre con “candidato” y “azafato”que, en ningún caso, se identifican con el significado que tenían con anterioridad. Las palabras “candidata” y “candidato” se refieren a la persona propuesta o indicada para desempeñar un cargo, ya sea ésta mujer u hombre; ¿quién asimila hoy “candidato” con el varón vestido de blanco que opta a alguna magistratura, como se entendía en la antigua Roma? Otra trayectoria diferente ha seguido la palabra “azafato” (masculino de “azafata” que, a su vez, proviene del masculino azafate (“bandeja donde se llevaban las joyas de la reina”). Como explica Lázaro Carreter (1997: 59), la palabra “azafata” hasta hace muy poco tiempo sólo se usaba en femenino y se refería a labores tradicionalmente desempeñadas por mujeres. Es más, “azafato” no está en el drae (2002), aunque pero sí se recoge en el Diccionario panhispánico de dudas (2005:79) al igual que “azafata”, refiriéndose a la persona, mujer u hombre, que atiende a los pasajeros en un avión u otro medio de transporte o a quien se contrata para dar información y ayudar a los participantes de congresos, exposiciones, etcétera. Estos cambios semánticos que se adaptan a la realidad son términos lexicalizados[3] que, debido a la evolución conceptual según los cambios sociales, afectan al creacionismo léxico y se vinculan a la modificación de las definiciones en los diccionarios. Álvarez de Miranda (2005: 1038 y sigs.) afirma que el contingente léxico de una lengua puede dividirse en diferentes sectores[4]:
a) Conjunto de unidades léxicas que pertenecen a la lengua desde sus orígenes: las palabras patrimoniales (tomadas de esa lengua madre en un determinado estadio de su lento proceso de evolución fonética, morfológica y semántica).
b) Préstamos o léxico que, constituida ya una lengua, procede de otras con las que ha venido estableciendo algún tipo de contacto.
c) Creaciones internas o resultado de la aplicación de los mecanismos que el idioma tiene para su enriquecimiento autóctono; fundamentalmente, la derivación y la composición.
En resumen, dice el autor que la terminología no debe forzarse sin que la mayoría social la comparta. Tampoco deben utilizarse expresiones fosilizadas para referirnos a conceptos nuevos ni denominar como antaño las nuevas situaciones del siglo XXI. Durante todo proceso lingüístico se atraviesan diferentes fases (usos esporádicos, desarrollo y normalización) y se consolidan o no terminologías dependiendo de sus usos sociolingüísticos. Cuando no se respetan dichos procesos, se imponen palabras para imponer ideas y se fuerzan “palabros” que no siempre son reconocidos ni entendidos por la mayoría de la comunidad lingüística; para designar “no es necesario estirar las palabras como chicles” (Rodríguez Andrados, 2004).
Relacionado con la transmisión de funciones y estereotipos –imágenes, ideas, expresiones aceptadas por un amplio grupo social- así como con la interrelación entre lenguaje, pensamiento y sociedad, se me viene a la memoria un interesante curso al que asistí en el mes de junio de 2004, denominado “Habilidades sociales para los jefes de servicio”. Este curso me brindó una oportunidad más para constatar ciertos hábitos y comportamientos sexistas que están bastante generalizados en nuestra sociedad, especialmente en los ámbitos laborales.
- La denominación del curso refleja la costumbre y todavía práctica de que los puestos directivos están destinados a los varones.
- Las mujeres asistentes, que ocupaban puestos de jefatura, eran menos que los varones. Lo que demuestra que, a pesar de ser más numerosas, las ocupan menos puestos directivos.
- Durante la realización de un ejercicio práctico que consistía en definir con adjetivos a las personas allí presentes, se evidenciaron actitudes sexistas sin que éstas, probablemente, fuesen intencionadas ni producto de un propósito. Los adjetivos utilizados para calificar a las mujeres fueron: elegante”, “habladora”, “constante”, “educada”, “buena compañera”, “simpática, “expresiva”, “sociable”, “sonriente, “problemática”; los adjetivos que se emplearon para los varones fueron: “serio”, “formal”, “seguro”, “trabajador”, “inteligente”, “organizado”, “operativo”, “eficaz”, “eficiente”. Aunque estas calificaciones fueron empleadas indistintamente por mujeres y varones, la persona (varón) que describió a una mujer como “problemática” aclaró: “Lo que quise decir fue con criterio, inteligente, con personalidad”.
Mensajes ocultos bajo formas aparentemente triviales transmiten connotaciones que consolidan los estereotipos discriminatorios. Lamentablemente algunas personas interpretan todavía que una mujer con criterio es problemática; mientras que un varón con criterio tiene personalidad, es inteligente. Por una parte, la organización del sistema se estructura sobre funciones jerarquizadas que conforman diferentes posiciones sociales y otorgan gratuitamente poder al varón[5]; por otra, desde que venimos al mundo recibimos una influencia social que condiciona las maneras de codificar y descodificar lo que nos rodea. Por esto, lo esencial para evitar cierta discriminación lingüística, el sexismo en el lenguaje, hay que modificar actitudes, comportamientos; no sirve de nada estirar ni inventar palabras sin que éstas sean compartidas. Hemos de actualizar contenidos, ofrecer una coeducación coherente y nombrar lo que ya existe sin que esto suponga una excepción; por el contrario, deben ser criterios entendidos y utilizados por una mayoría social.
Notas:
[1] El uso de esta herramienta ha dado lugar al lenguaje de los cibernautas, como afirmó el lingüista A. Gómez Font en el III Coloquio sobre lenguaje y comunicación (Caracas, 9 de noviembre de 2000). Consultado en junio de 2005: http://www.elcastellano.org/
[2] Algunas de estas voces están recogidas en el Diccionario de la lengua española (2002-vigésima segunda edición) y en Diccionario panhispánico de dudas (2005). Veánse:, por ejemplo, Input (Voz ingl.). 1. m. Econ. Elemento de la producción, como un terreno, un trabajo o una materia prima. U. t. en sent. fig. 2. m. Inform. Conjunto de datos que se introducen en un sistema informático. 3. m. Dato, información. Hardware (Voz ingl.). 1. m. Inform. Conjunto de los componentes que integran la parte material de una computadora. Software (Voz ingl.). 1. m. Inform. Conjunto de programas, instrucciones y reglas informáticas para ejecutar ciertas tareas en una computadora.
[3] Denominados por Ricoeur (1980: 11, 18, 19 y 21) “metáforas muertas”.
[4] Cfr. “El léxico español desde el siglo XVIII hasta hoy”, en Cano Aguilar (Coord.): (2005).
[5] Cfr.Fernández y Ron (2005). Consultado en enero de 2006:
Imágenes:
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19 ene 2008

"Líderas" contra el lenguaje sexista en Andalucía


Una plataforma feminista de Córdoba "decide acabar con el machismo en el lenguaje". Y lo justifican de este modo: "Cuando hablamos de algo bueno decimos cojonudo, cuando nos aburre es un coñazo". En este sencillo ejemplo se encierra uno de los principales problemas, a juicio de este lobby feminista de Córdoba, tiene el lenguaje: el sexismo, enemigo número uno de la igualdad.
Por esta causa, defienden a ultranza que el lenguaje sexista es "otra forma de violencia conta las mujeres, un arma social que todos utilizan contra las mujeres...".
La "lídera" de la Plataforma Andaluza de apoyo al Lobby Europeo de Mujeres es Rafaela Pastor ha propuesto, entre otras cosas, utilizar "marida" en lugar de "mujer" y denominar "trabajadora social" a quienes han sido siempre "amas de casa", según informa ABC. Apoyada por Carmela Gálvez (PSOE), Elia Maldonado y Maldonado (Secretaria de Igualdad del PSOE-A), Victoria Martinez Ocon (ex concejala de la Mujer hasta 2006, en el ayuntamiento de Sevilla), Elena Simón Rodríguez (ex delejada de Educación de la Junta de Andalucía), Teresa Jiménnez Vilchez, ex directora del IAM y núm. uno por Granada al Parlamento de Andalucía), Mar Moreno (presidenta del Parlamento de Andalucía y cabeza de lista por el PSOE, en la lista de Jaén), así como otras mujeres que se autoproclaman "independientes" y que, según mi opionión, se dedican a justificar un sueldo, con el pretesto de estar dedicadas a trabajar por esta absurda causa.
La propuesta de cambiar "el sexo de las palabras" -¡menuda incultura!- no ha caído en saco roto: el Ayuntamiento de Córdoba ha financiado el proyecto con 1.000 euros. Dinero ha servido, entre otras cosas, para elaborar 3.000 tarjetas postales que se repartirán por institutos, asociaciones y organizaciones no gubernamentales con el objetivo de concienciar a los estudiantes y "estudiantas", jóvenes y "jóvenas". Para colmo, la "lídera" de este lobby se atreve a preguntar ¿qué palabras crees que son más discriminatorias y por cuáles las sustituirías? En ese enlace están las respuestas que ha recibido. Desde aquí, recomiendo su lectura porque no tienen desperdicio ¡Merece la pena darle un vistazo sin perder mucho tiempo!

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Artículos relacionados con el tema, escritos por Soledad Flaubert:







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18 ene 2008

Lenguaje y sociedad (Lenguaje sexista- I)


Traslado aquí este artículo de la Mirilla, mi otro blog: http://enelojopatio.blogspot.com/

El denominado "lenguaje sexista" requiere un estudio tan amplio como complejo y, para profundizar, no debemos limitarnos a las formas externa de palabras ya que, en el estudio del lenguaje (lengua y habla), convergen diversas ciencias y disci­plinas que, a su vez, se concatenan con factores de primer orden de nuestra realidad social.
Por tanto es necesario considerar, entre otras, las influencias culturales, políticas, históri­cas, lingüísticas, sociológicas, jurídicas o antropológicas que influyen en este tipo de lenguaje. Teniendo en cuenta sus ramificaciones sociales, el lenguaje no puede ubicarse en un terreno acotado.
Durante el último cuarto del siglo XX, avatares de diversa índole han influido en la configuración de un modelo distinto de estar y experimentar el mundo. Hecho que se han planteado en torno a una teoría unificada de las ciencias, uno de los cambios más significativos ha sido la lucha por la consecución de la igualdad para todas las personas en todos los aspectos de la vida. Dicha realidad social ha sido investigada por especialistas de diversas materias (lingüística, derecho, historia, sociología, política, antropología, salud, psicología, filosofía, etcétera)[1] y tratada en estudios que se han realizado sobre igualdad, diversidad, género, sexo y lenguaje (comportamientos, funciones, actitudes, educación y valores sociales), llevados a cabo en diferentes ámbitos nacionales e internacionales, y especialmente a partir de 1995, fecha en la que se celebró la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer (Beijing-China).Nadie duda de que entre lenguaje y sociedad exista una unidad dialéctica indisoluble, que uno sólo puede existir en función del otro y en la medida en la que el otro está ahí. Por eso las palabras (forma, función y significación) se adaptan a las a nuevas situaciones socioculturales y no al contrario. Y es que una palabra, por el mero capricho de utilizarla y bautizarla con el apellido “políticamente correcto”, “anti sexista”, etc. no puede cambiar a la sociedad.
Por ejemplo, las expresiones “persona pública” o “candidato” han cambiado su significado aunque su forma sea la misma que hace tiempo; otras se consolidan después de una larga andadura y cuando son utilizadas por la mayoría social, como el caso de “azafato”.
En la actualidad se relaciona “persona pública” con la mujer o varón que desempeña una labor representativa; nadie identifica hoy “mujer pública” ni “hombre público” con prostituta ni prostituto (“persona que mantiene relaciones sexuales a cambio de dinero”). Hace tiempo que “una mujer pública” es la que desempeña una tarea, un trabajo o una labor representativa. Interpretar o afirmar lo contrario revela un estancamiento en la forma de pensar que no ha evolucionado porque, como decía (Wittgenstein, 1988: 10-15), “el lenguaje muestra también los límites de nuestro pensamiento y de nuestro mundo”. Lo mismo ocurre con “candidato” y “azafato”que, en ningún caso, se identifican con el significado que tenían con anterioridad. Las palabras “candidata” y “candidato” se refieren a la persona propuesta o indicada para desempeñar un cargo, ya sea ésta mujer u hombre; ¿quién asimila hoy “candidato” con el varón vestido de blanco que opta a alguna magistratura, como se entendía en la antigua Roma? Otra trayectoria diferente ha seguido la palabra “azafato” (masculino de “azafata” que, a su vez, proviene del masculino azafate (“bandeja donde se llevaban las joyas de la reina”). Como explica Lázaro Carreter (1997: 59), la palabra “azafata” hasta hace muy poco tiempo sólo se usaba en femenino y se refería a labores tradicionalmente desempeñadas por mujeres. Es más, “azafato” no está en el DRAE (2002), aunque sí se recoge en el Diccionario panhispánico de dudas (2005:79) al igual que “azafata”, refiriéndose a la persona, mujer u hombre, que atiende a los pasajeros en un avión u otro medio de transporte o a quien se contrata para dar información y ayudar a los participantes de congresos, exposiciones, etcétera. Y es que la terminología no puede forzarse sin que designe un referente compartido por la mayoría social.Insisto en que el lenguaje sexista no está en las formas de las palabras ni en ellas mismas sino en el uso que las personas hacemos de éstas. Sí son expresiones cargadas de contenido sexista aquellas que bajo mensajes (explícitos o no) y formas aparentemente triviales transmiten connotaciones que consolidan los estereotipos discriminatorios. Por ejemplo, lamentablemente algunas personas interpretan todavía que una mujer con criterio es problemática; mientras que un varón con criterio tiene personalidad, es inteligente. Y es que la organización del sistema se estructura sobre funciones jerarquizadas que conforman diferentes posiciones sociales y otorgan gratuitamente poder al varón[2]; por otra, desde que venimos al mundo recibimos una influencia social que condiciona las maneras de codificar y descodificar lo que nos rodea. Por esto, lo esencial para evitar cierta discriminación lingüística, el sexismo en el lenguaje, hay que modificar actitudes, comportamientos; no sirve de nada estirar ni inventar palabras sin que éstas sean compartidas. Hemos de actualizar contenidos, ofrecer una coeducación coherente y nombrar lo que ya existe sin que esto suponga una excepción; por el contrario, deben ser criterios entendidos y utilizados por una mayoría social.[1] Destacamos, por orden cronológico, entre otros a: Beauvoir, T. (1981); García Meseguer, A. (1994, 1999); Alvar, M. (1989); Violi , P. (1991); Prieto de Pedro, J. (1991); Laqueur (1994); Camps, V. (1998); Salvador, G. (1990); Calero Fernández, M. Á. (1999)); Calero Vaquero, M. L. (2000); Vigara Tauste, M. A. y Jiménez Catalán, R. M. (2002); García Mouton, P.. (2003); Grijelmo, À. (2004); Lledó Cunill, E. y Calero Fernández, M. Á. y Forjas Berdet, E. (2004); Balaguer Callejón, M. L. (2005); Bengoechea, M. (2005); Montalbán Huertas, I. (2005).[2] Cfr. Fernández y Ron (2005).
Consultado en enero de 2006:www.ucm.es/info/eurotheo/diccionario/D/index.html